DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS PROFESORES Y ALUMNOS DEL INSTITUTO LITÚRGICO PONTIFICIO

PAPA FRANCISCO

 DISCURSO A LOS PROFESORES Y ALUMNOS DEL INSTITUTO LITÚRGICO PONTIFICIO SAN ANSELMO

07 DE MAYO DEL 2022

(Traducción no oficial)




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Gracias, Padre Abad Primado, por su presentación. Tu italiano ha mejorado. Es bueno. Saludo al padre rector, al padre decano, a los profesores y a todos vosotros, queridos alumnos y ex alumnos del Pontificio Instituto Litúrgico.

Me complace recibirles con motivo del 60º aniversario de su fundación. Surgió como respuesta a la creciente necesidad del Pueblo de Dios de vivir y participar más intensamente en la vida litúrgica de la Iglesia; necesidad que encontró una iluminadora verificación en el Concilio Vaticano II con la Constitución Sacrosanctum Concilium. La dedicación de su institución al estudio de la liturgia es ahora bien reconocida. Los expertos formados en sus aulas promueven la vida litúrgica de muchas diócesis, en contextos culturales muy diferentes.

Tres dimensiones emergen claramente del impulso del Concilio para renovar la vida litúrgica. La primera es la participación activa y fructífera en la liturgia; la segunda es la comunión eclesial animada por la celebración de la Eucaristía y los Sacramentos de la Iglesia; y la tercera es el impulso a la misión evangelizadora a partir de la vida litúrgica que implica a todos los bautizados. El Instituto Litúrgico Pontificio está al servicio de esta triple necesidad.

En primer lugar la formación para vivir y promover la participación activa en la vida litúrgica. El estudio profundo y científico de la liturgia debe animarles a fomentar, como deseaba el Concilio, esta dimensión fundamental de la vida cristiana. La clave aquí es educar al pueblo para que entre en el espíritu de la liturgia. Y para saber cómo hacerlo, es necesario estar imbuido de este espíritu. En San Anselmo, diría, esto es lo que debe ocurrir: impregnarse del espíritu de la liturgia, sentir su misterio, con un asombro siempre nuevo. La liturgia no es una mercancía, no, no es una profesión: la liturgia se aprende, la liturgia se celebra. Para llegar a esta actitud de celebrar la liturgia. Y sólo se participa activamente en la medida en que se entra en este espíritu de celebración. No es una cuestión de ritos, es el misterio de Cristo, que de una vez por todas reveló y realizó lo sagrado, el sacrificio y el sacerdocio. Adora en espíritu y en verdad. Todo esto, en su Instituto, debe ser meditado, asimilado, yo diría "respirado". En la escuela de las Escrituras, de los Padres, de la Tradición, de los Santos. Sólo así la participación se traduce en un mayor sentido de Iglesia, que nos hace vivir evangélicamente en todo tiempo y en toda circunstancia. E incluso esta actitud de celebración sufre tentaciones. En este punto, me gustaría subrayar el peligro, la tentación del formalismo litúrgico: ir detrás de las formas, de las formalidades, en lugar de la realidad, como vemos hoy en día en aquellos movimientos que tratan de retroceder y negar el Concilio Vaticano II. En este caso, la celebración es una recitación, es algo sin vida, sin alegría.

Su dedicación al estudio litúrgico, ya sea por parte de los profesores o de los alumnos, también le hace crecer en la comunión eclesial. La vida litúrgica, en efecto, nos abre a los demás, a los más cercanos a la Iglesia y a los más lejanos, en nuestra común pertenencia a Cristo. Dar gloria a Dios en la liturgia encuentra su contrapartida en el amor al prójimo, en el compromiso de vivir como hermanos en las situaciones cotidianas, en la comunidad en la que me encuentro, con sus méritos y limitaciones. Este es el camino de la verdadera santificación. Por ello, la formación del Pueblo de Dios es una tarea fundamental para vivir una vida litúrgica plenamente eclesial.

Y el tercer aspecto. Toda celebración litúrgica termina siempre con una misión. Lo que vivimos y celebramos nos lleva a salir al encuentro de los demás, al encuentro del mundo que nos rodea, al encuentro de las alegrías y necesidades de tantos que quizás viven sin conocer el don de Dios. La auténtica vida litúrgica, especialmente la Eucaristía, nos impulsa siempre a la caridad, que es sobre todo apertura y atención a los demás. Esta actitud siempre comienza y se fundamenta en la oración, especialmente en la oración litúrgica. Y esta dimensión nos abre también al diálogo, al encuentro, al espíritu ecuménico, a la acogida.

Me he detenido brevemente en estas tres dimensiones fundamentales. Quisiera subrayar una vez más que la vida litúrgica, y su estudio, deben conducir a una mayor unidad eclesial, no a la división. Cuando la vida litúrgica es un estandarte de la división, ahí está el olor del diablo, el engañador. No es posible adorar a Dios y, al mismo tiempo, hacer de la liturgia un campo de batalla para cuestiones que no son esenciales, es más, para cuestiones obsoletas y para tomar partido, a partir de la liturgia, por ideologías que dividen a la Iglesia. El Evangelio y la Tradición de la Iglesia nos llaman a estar firmemente unidos en lo esencial, y a compartir las legítimas diferencias en la armonía del Espíritu. Por eso el Concilio quiso preparar abundantemente la mesa de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, para hacer posible la presencia de Dios en medio de su Pueblo. Así, la Iglesia, mediante la oración litúrgica, prolonga la obra de Cristo en medio de los hombres de cada época, y también en medio de la creación, dispensando la gracia de su presencia sacramental. Hay que estudiar la liturgia siendo fieles a este misterio de la Iglesia.

Es cierto que toda reforma crea resistencia. Recuerdo, de niño, cuando Pío XII empezó con la primera reforma litúrgica, la primera: se puede beber agua antes de comulgar, ayunar una hora... "¡Pero eso va contra la santidad de la Eucaristía!", se rasgaron las vestiduras. Luego, la misa de vísperas: "¡Pero, cómo es que la misa es por la mañana!". Luego, la reforma del Triduo Pascual: "Pero cómo, el sábado tiene que resucitar el Señor, ahora lo posponen al domingo, al sábado por la tarde, el domingo no tocan las campanas... ¿Y dónde van las doce profecías?". Todas estas cosas escandalizaron a las mentes cerradas. También ocurre hoy. De hecho, estas mentes cerradas utilizan los esquemas litúrgicos para defender su propio punto de vista. Utilizar la liturgia: este es el drama que estamos viviendo en los grupos eclesiales que se alejan de la Iglesia, cuestionando el Concilio, la autoridad de los obispos..., para conservar la tradición. Y para ello se utiliza la liturgia.

Los retos de nuestro mundo y del momento actual son muy fuertes. La Iglesia necesita hoy como siempre vivir de la liturgia. Los Padres del Concilio hicieron un gran trabajo para que así fuera. Debemos continuar esta tarea de ser formados por la liturgia. La Santísima Virgen María, junto con los Apóstoles, rezó, partió el Pan y vivió la caridad con todos. Que, por su intercesión, la liturgia de la Iglesia haga presente hoy y siempre este modelo de vida cristiana.

Les agradezco el servicio que prestan a la Iglesia y les animo a llevarlo adelante en la alegría del Espíritu. Les bendigo con todo mi corazón. Y les pido por favor que recen por mí. Gracias.


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